(Dilvish 01) Dilvish, El Maldito by Roger Zelazny

(Dilvish 01) Dilvish, El Maldito by Roger Zelazny

Author:Roger Zelazny
Language: es
Format: mobi
Published: 2011-12-18T00:01:53.345571+00:00


El diablo y la bailarina

La luna flotaba redonda y soplaban fríos vientos cuando Oele danzó para Diablo, con las huellas de sus pies trazadas en fuego ante el vacío altar de piedra. En las tierras cercanas ya era primavera, pero allí, en las montañas, la noche hablaba de invierno. Sin embargo, ella danzaba descalza, vistiendo simplemente una frágil prenda gris ceñida con una cinta plateada que ponía al descubierto más que ocultaba su elástica figura mientras levantaba las llamas formando antiguas configuraciones, con su largo cabello rubio flotando alrededor de sus hombros.

La tierra se convirtió en un fulgurante tapiz, y sin embargo Oele no se quemaba. Mucho más abajo, en la ladera septentrional, un espectral palacio se estremecía bajo la luz de la luna; las torres se esfumaban hasta el punto de ser transparentes y recuperaban parcial solidez momentos después, las paredes se desplazaban para unirse con las sombras y huían de ellas, las luces se hacían cerosas y se debilitaban detrás de las elevadas ventanas. La voz del viento era áspera y estridente, pero Oele tampoco sentía el frío.

La oscuridad se hizo más densa en el altar hasta que finalmente empañó las estrellas. Mientras ello ocurría, el viento se calmó y cesó. Las llamas brincaron más alto, pero la gran mancha que estaba encima de la piedra no se iluminó. Era un perfil enorme, de toscas alas, con una gran cabeza, y ondeaba. Casi parecía un agujero en el espacio, y Oele recibía la impresión de enormes profundidades internas en cuanto sus ojos giraban hacia allí.

Ella había danzado así, en determinadas temporadas, durante muchos años, más allá del recuerdo de cualquier morador de la vecindad. Todos la llamaban bruja, y también ella se consideraba como tal. El único que la conocía más le daba un título distinto, pero la distinción había ido deshilachándose con los años desde que una bailarina asesinara a su amante en aquel mismo lugar para obtener los poderes que sólo él, entre todos los hombres, poseía. Sacerdote había sido él, el último adorador en vida de un antiguo dios que, por ello, lo tenía en alta estima. Oele era la última adoradora, y ni siquiera conocía el nombre del dios. Ella lo llamaba Diablo y el dios le concedía deseos en respuesta a sus coreográficos actos de devoción, que Oele consideraba encantamientos. Una bruja que invocaba a un diablo, un dios que respondía a un devoto... En parte, era un asunto de perspectiva, pero sólo en parte. Porque las cosas que Oele pedía estaban más en armonía con sus nociones personales, y sus relaciones distaban mucho de las que había mantenido el dios con sus primeros adoradores hacía mucho tiempo.

Pese a todo, el vínculo entre ambos era fuerte. El dios obtenía fuerza con la danza de Oele, con ese último contacto con la tierra. Y ella también ganaba muchas cosas.

Por fin, los movimientos de la bailarina cesaron y Oele quedó en medio de su dibujo, mirando a la oscura forma que ocupaba el altar de piedra.



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